Pilar Ortega y Severino Carbajo llegaron a La Cabrera hace 35 años y allí se quedaron para vivir y, aunque entonces no lo sabían, también para pintarla.«Cuando llegamos a Truchillas la vida en La Cabrera era oscura, fue como volver al medievo. En las casas había pocos huecos abiertos para evitar el frío, y la vida era muy rudimentaria. Pero ahora se vive como en cualquier lugar, eso sí con una tranquilidad que no hay en otro sitio», comenta Severino Carbajo. Llegaban de Madrid, cuando a la gente de La Cabrera le entró la «enfermedad de marchar», como bautizó a la emigración un vecino de Saceda.En ese sentido admiten que su trabajo puede, y quiere, ser una denuncia y una forma de concienciar a la gente. “Sí ha cambiado el aprecio que se le tenía a las viejas construcciones, a nuestra arquitectura tradicional, al ver que se han publicado libros sobre ella y se la valora mucho, que hacemos exposiciones en las que se reivindica su valor... En Truchillas, por ejemplo, se ha sacado la piedra de muchas fachadas, se han vuelto a hacer casas de piedra con balconadas y demás y se ha detenido una moda que llegó hace unos años del cotegrán”. Ellos, mientras tanto, ahí siguen con su vida y con su lucha. Con sus lápices y pinceles como arma de denuncia. “De hecho ya estamos trabajando en otro proyecto en el que el gran protagonista sea el paisaje, el otro gran damnificado de la Cabrera”.
Exposición León 2009
Pilar Ortega y Severino Carbajo llegaron a La Cabrera hace 35 años y allí se quedaron para vivir y, aunque entonces no lo sabían, también para pintarla.«Cuando llegamos a Truchillas la vida en La Cabrera era oscura, fue como volver al medievo. En las casas había pocos huecos abiertos para evitar el frío, y la vida era muy rudimentaria. Pero ahora se vive como en cualquier lugar, eso sí con una tranquilidad que no hay en otro sitio», comenta Severino Carbajo. Llegaban de Madrid, cuando a la gente de La Cabrera le entró la «enfermedad de marchar», como bautizó a la emigración un vecino de Saceda.En ese sentido admiten que su trabajo puede, y quiere, ser una denuncia y una forma de concienciar a la gente. “Sí ha cambiado el aprecio que se le tenía a las viejas construcciones, a nuestra arquitectura tradicional, al ver que se han publicado libros sobre ella y se la valora mucho, que hacemos exposiciones en las que se reivindica su valor... En Truchillas, por ejemplo, se ha sacado la piedra de muchas fachadas, se han vuelto a hacer casas de piedra con balconadas y demás y se ha detenido una moda que llegó hace unos años del cotegrán”. Ellos, mientras tanto, ahí siguen con su vida y con su lucha. Con sus lápices y pinceles como arma de denuncia. “De hecho ya estamos trabajando en otro proyecto en el que el gran protagonista sea el paisaje, el otro gran damnificado de la Cabrera”.
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